domingo, 18 de diciembre de 2011

EDGAR MORIN

EDGAR MORIN

Elogio de la metamorfosis

El objetivo ahora es salvar a la humanidad. Para ello urge cambiar nuestros modos
de pensar y vivir. La idea de metamorfosis, más rica que la de revolución, aporta la
esperanza en un mundo mejor

Cuando un sistema es incapaz de resolver sus problemas vitales por sí mismo, se
degrada, se desintegra, a no ser que esté en condiciones de originar un metasistema
capaz de hacerlo y, entonces, se metamorfosea. El sistema Tierra es incapaz de
organizarse para tratar sus problemas vitales: el peligro nuclear, agravado por la
diseminación y, tal vez, privatización del arma atómica; la degradación de la biosfera;
una economía mundial carente de verdadera regulación; el retorno de las hambrunas;
los conflictos étnico-político-religiosos que tienden a degenerar en guerras de
civilización... La ampliación y aceleración de todos esos procesos pueden considerarse
el desencadenante de un formidable feed-back negativo, capaz de desintegrar
irremediablemente un sistema.

Lo probable es la desintegración. Lo improbable, aunque posible, la metamorfosis.
¿Qué es una metamorfosis? El reino animal aporta ejemplos. La oruga que se encierra
en una crisálida comienza así un proceso de autodestrucción y autorreconstrucción
al mismo tiempo, adopta la organización y la forma de la mariposa, distinta a la de
la oruga, pero sigue siendo ella misma. El nacimiento de la vida puede concebirse
como la metamorfosis de una organización físico-química que, alcanzado un punto
de saturación, crea una metaorganización viviente, la cual, aun con los mismos
constituyentes físico-químicos, produce cualidades nuevas.

La formación de las sociedades históricas, en Oriente Medio, India, China, México
o Perú, constituye una metamorfosis a partir de un conglomerado de sociedades
arcaicas de cazadores-recolectores que produjo las ciudades, el Estado, las clases
sociales, la especialización del trabajo, las religiones, la arquitectura, las artes, la
literatura, la filosofía... Y también cosas mucho peores, como la guerra y la esclavitud.

A partir del siglo XXI, se plantea el problema de la metamorfosis de las sociedades
históricas en una sociedad-mundo de un tipo nuevo, que englobaría a los Estados-
nación sin suprimirlos. Pues la continuación de la historia, es decir, de las guerras, por
unos Estados con armas de destrucción masiva conduce a la cuasi-destrucción de la
humanidad.

La idea de metamorfosis, más rica que la de revolución, contiene la radicalidad
transformadora de ésta, pero vinculada a la conservación (de la vida o de la herencia
de las culturas). ¿Cómo cambiar de vía para ir hacia la metamorfosis? Aunque parece
posible corregir ciertos males, es imposible frenar la oleada técnico-científico-
económico-civilizatoria que conduce al planeta al desastre. Y sin embargo, la historia
humana ha cambiado de vía a menudo. Todo comienza siempre con una innovación,
un nuevo mensaje rupturista, marginal, modesto, a menudo invisible para sus
contemporáneos. Así comenzaron las grandes religiones: budismo, cristianismo, islam.

El capitalismo se desarrolló parasitando a las sociedades feudales para alzar el vuelo y
desintegrarlas.

La ciencia moderna se formó a partir de algunas mentes rupturistas dispersas, como
Galileo, Bacon o Descartes; luego, creó sus redes y sus asociaciones; en el siglo XIX,
se introdujo en las universidades y, en el XX, en las economías de los Estados, para
convertirse en uno de los cuatro poderosos motores del bajel espacial llamado Tierra.
El socialismo nació en algunas mentes autodidactas y marginalizadas del siglo XIX, para
convertirse en una formidable fuerza histórica en el XX. Hoy, hay que volver a pensarlo
todo. Hay que comenzar de nuevo.

De hecho, todo ha recomenzado, pero sin que nos hayamos dado cuenta. Estamos en
los comienzos, modestos, invisibles, marginales, dispersos. Pues ya existe, en todos
los continentes, una efervescencia creativa, una multitud de iniciativas locales en el
sentido de la regeneración económica, social, política, cognitiva, educativa, étnica, o
de la reforma de vida.

Estas iniciativas no se conocen unas a otras; ninguna Administración las enumera,
ningún partido se da por enterado. Pero son el vivero del futuro. Se trata de
reconocerlas, de censarlas, de compararlas, de catalogarlas y de conjugarlas en una
pluralidad de caminos reformadores. Son estas vías múltiples las que, al desarrollarse
conjuntamente, se conjugarán para formar la vía nueva que podría conducirnos hacia
la todavía invisible e inconcebible metamorfosis. Para elaborar las vías que confluirán
en la Vía, tenemos que deshacernos de las alternativas reductoras a las que nos obliga
el mundo de conocimiento y pensamiento hegemónico. Así es necesario, al mismo
tiempo, mundializar y desmundializar, crecer y decrecer, desplegar y replegar.

La orientación mundialización-desmundialización significa que, si bien hay que
multiplicar los procesos de comunicación y "planetarización" culturales, si bien
necesitamos que se constituya una conciencia de "Tierra-patria", también hay que
promover, de manera desmundializadora, la alimentación de proximidad, los artesanos
de proximidad, los comercios de proximidad, las huertas periurbanas, las comunidades
locales y regionales.

La orientación crecimiento-decrecimiento significa que hay que potenciar los servicios,
las energías verdes, los transportes públicos, la economía plural -y por tanto la
economía social y solidaria-, las disposiciones para la humanización de las megalópolis,
las agriculturas y ganaderías biológicas, y reducir los excesos consumistas, la comida
industrializada, la producción de objetos desechables y no reparables, el tráfico de
automóviles y de camiones en beneficio del ferrocarril.

La orientación despliegue-repliegue significa que el objetivo ya no es
fundamentalmente el desarrollo de los bienes materiales, la eficacia, la rentabilidad y
lo calculable, sino el retorno de cada uno a sus necesidades interiores, el gran regreso
a la vida interior y a la primacía de la comprensión del prójimo, el amor y la amistad.

Ya no basta con denunciar, hace falta enunciar. No basta con recordar la urgencia, hay
que comenzar a definir las vías que conducen a la Vía. ¿Hay razones para la esperanza?
Podemos formular cinco:

1. El surgimiento de lo improbable. La victoriosa resistencia, en dos ocasiones, de la
pequeña Atenas frente al poderío persa era altamente improbable, pero permitió el

nacimiento de la democracia y la filosofía. También fue inesperado el frenazo de la
ofensiva alemana ante Moscú, en el otoño de 1941, e improbable la contraofensiva
victoriosa de Zhúkov, iniciada el 5 de diciembre, que vendría seguida, el 8, por el
ataque de Pearl Harbour y la entrada de Estados Unidos en la guerra.

2. Las virtudes generadoras-creadoras inherentes a la humanidad. Al igual que en todo
organismo humano adulto existen células madre dotadas de aptitudes polivalentes
(totipotentes) propias de las células embrionarias, pero desactivadas, en todo ser
humano, y en toda sociedad humana, existen virtudes regeneradoras, generadoras y
creadoras durmientes o inhibidas.

3. Las virtudes de la crisis. Al tiempo que las fuerzas regresivas o desintegradoras, las
generadoras y creadoras despiertan en la crisis planetaria de la humanidad.

4. Las virtudes del peligro. "Allá donde crece el peligro, crece también lo que nos
salva". La dicha suprema es inseparable del riesgo supremo.

5. La aspiración multimilenaria de la humanidad hacia la armonía (paraíso, luego
utopías, después ideologías libertaria/socialista/comunista, más tarde aspiraciones
y revueltas juveniles de los años sesenta). Esta aspiración renace en el hervidero de
iniciativas múltiples y dispersas que podrán alimentar las vías reformadoras destinadas
a confluir en la vía nueva.

Las viejas generaciones están desengañadas de tantas falsas esperanzas. A las jóvenes
les entristece que no haya una causa común como la de nuestra resistencia durante
la II Guerra Mundial. Pero nuestra causa llevaba en sí misma su contrario. Como decía
Vassili Grossman de Estalingrado, la mayor victoria de la humanidad fue también su
mayor derrota, puesto que el totalismo estalinista salió victorioso de ella. Hoy, la causa
es inequívoca, sublime: se trata de salvar a la humanidad.

La verdadera esperanza sabe que no es certeza. Es una esperanza no en el mejor de
los mundos, sino en un mundo mejor. "El origen está delante de nosotros", decía
Heidegger. La metamorfosis sería, efectivamente, un nuevo origen.

Edgar Morin es sociólogo y filósofo francés. Traducción de José Luis Sánchez-Silva.

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